Y dicho esto, que no eran más que cavilaciones que me estaba yo cavilando (tengo que buscar un sinónimo de "cavilar" pero, ¡ya!, porque encima, ni me gusta la palabra ni nada).
Bueno, al tema que otra vez me voy por los cerros de Úbeda y eso está en casadios para volver después.
Sábado, me levanto a las once, lo que para mi cuerpo serrano y hermoso (siempre en opinión de terceros, terceras en este caso) supone madrugar. Comida familiar, de puta madre porque al trabajar en "algo que nada tiene que ver con todo ello" como reza mi perfil, no suelo poder asistir a estos eventos y para mí, como supongo que para casí todos, la familia es lo más importante. El caso es que llega el momento de las fotos: "¡Ahora los nietos!", y venga todos los nietos; "¡Ahora los hermanos!" y ahí estamos, los seis; "¡Ahora, los hermanos... con las parejas!" ¡A joderse! y yo qué, me pongo o no me pongo. Me pongo, pero de mala hostia más bien. Vale, se pasa el momento. "¿Echamos una cervecita?" propone alguien. Echamos, vale. Hay que pagar la ronda, delicado momento; "¿Ponemos bote?" sugieren. Vale, ponemos. Hace la cuenta mi hermana, que es una bellisima persona por otra parte, salvo en este caso, claro. "Toca a seis euros... por pareja" dice. ¡Tócate los cojones! digo yo