lunes, 12 de abril de 2010

Cuentos politicamente correctos

Me he enterado a través del blog de peibol que el Ministerio de la mujer -el mal llamado "de igualdad"- pretende corregir los tradicionales cuentos infantiles por su mensaje sexista. Para tranquilidad de la ministra le informo que James Finn Garner publicó en su día un par de libros con versiones politicamente correctas de dichos cuentos. Transcribo a continuación uno de ellos como ejemplo por si le fuera de utilidad:
Cuento de Caperucita Roja políticamente correcto
Erase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.
Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.
De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
- Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió.
- No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.
Respondió Caperucita:
- Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial -en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:
- Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
- Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.
- ¡Oh! -repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
- Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
- Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y su modo indudablemente atractiva.
- Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
- Y... ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo:
- Soy feliz de ser quien soy y lo que soy -y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnicos en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
- ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.
- ¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.
PD: Podeís encontrar los libros de James Finn Garner en vuestra librería favorita, os los recomiendo.

sábado, 10 de abril de 2010

Pues ala,, otra vez en plan Jam session

Estoy otra vez que no sé por donde tirar, así que vamos a improvisar que la otra vez quedo muy salao. Estoy planeando las vacaciones. Quería tirar para Santiago por lo del año de Jacobo y tal. Aparte de lo bonito que debe ser todo aquello claro, pero ¿te puedes creer que aquí, con tanta chorra de "la primera del camino" y tanta capital mundial de la cultura europea del 2016 y tanta leche, no hay ningún transporte que te lleve de Pamplona a Santiago. No es que no haya avión, es que no hay ni tren, ni autobús, ni pollas. Igual es por aquella cancioncilla chirriante que decía eso de "el que conoce Navaaarrrraaa ya no se quiere maaarchaaaar"o algo parecido. No es que no se quiera marchar ¡es que no hay manera! Ahora entiendo lo de los peregrinos. Parece que van peregrinando pero en realidad están buscando la parada del autobús. Ahora de cara al buen tiempo los suelo encontrar cuando llego a casa. Yo termino y ellos empiezan la jornada. Los ves sonrientes casi siempre y no sé, me caen bien. Aunque no los entiendo, me caen bien. Di que yo tampoco soy muy de deportes. Siempre he dicho que el deporte es como el amor: Es más divertido hacerlo que verlo; Pero, al contrario que el amor, el deporte no me va ni para hacerlo. Vamos, que asi como hay gente que le gusta salir a correr yo prefiero salir con tiempo (Esto es un chiste, lo digo porque a veces con esto del humor inteligente lo tengo que explicar. Como aquel que le dije: "Me tengo que comprar calcetines y un cortauñas" y todavía está por pillarlo.
Por cierto y hablando de canciones chirriantes. ¿No habría manera de que algún grupo ecologista o alquien declarase las jotas contaminación acústica a algo así?. Al menos las que cantan, o gritan más bien, por aqui? No puedo con ellas. Oye, mira que me gusta la música más que´l mear pero no puedo. Creo que es el sonido más desagradable, más agudo y más estridente que puede producir el ser humano por sí mismo. Y eso por narices tiene que ser malo para la salud, para el estrés o para las varices, me da igual.
Es más, y ya que estamos, la cosa menos erótica del mundo es una chica guapa cantando una jota, fijate.
Total y resumiendo, que me veo otra vez camino de la isla que allí ya sé seguro que estoy como dios.

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