viernes, 28 de agosto de 2009

Sin palabras

Una vez me preguntaba alguien importante por qué los aficionados al heavy íbamos de duritos si en el fondo somos más tiernos que anchoa. Venía la pregunta a cuento de una canción de los Medina que sonaba en el bar en el que estábamos y que estoy escuchando ahora. En general, me decía, las baladas del heavy son todas emocionantes. Emocionantes, que palabra más cojonuda y más maltratada. Qué curioso es como las palabras se desgastan, se maltratan y acaban por perder su sentido.
Escuchaba el otro día, en uno de esos programas de ventas nocturno, a un tipo que, para vender una mierda de plástico que se supone que sirve para doblar camisas, afirmaba el pedazo de bisexual que al cacharrito en cuestión te dejaba unos montones de ropa "muy sexys". A mi que no me jodan que este tipo o es tonto o es un pervertido raro. Porque si le parece sexy un montón de ropa lo mismo se lo encuentran un día en Zara haciendo guarradas con un fardo de jerseys. Bueno el caso y a lo que iba, es que el maromo, por darle un aire como guay al asunto, utilizó de mala manera una palabra que no pegaba ni con cola.
Lo que no sabíamos es eso, que las palabras, como las velas, se desgastan y se deforman y pierden fuerza por hacer un mal uso y abuso de ellas. Ahora, palabras como: excelente o magnífico o extraordinario, que en principio bastarían para decir que algo es muy bueno, se nos quedan cortas y así tenemos a las niñas pijitas diciendo que todo es super o a los ordinariazos como el que suscribe, diciendo que esto o aquello está de puta madre. Una pena. Pero aún más pena da la cosa si pasamos al terreno de las emociones. Como odio esa nueva costumbre de algunas, de decir a to quisqui:: cariño y cielo y que sé yo, ya no me meto con las de "mi amor" que sería reiterativo. A ver nena, guárdate esas palabras para tu chico o tu marido o tu rollo de una noche sin compromiso, pero no las malgastes; porque si no, en su momento y en su contexto, perderán intensidad y sobre todo y lo que es más jodido: credibilidad.
Total que nada, iba a hablar de música y me he liado. Voy a seguir escuchando a los Medina Azahara que, como ya he dicho, no son cojonudos, son emocionantes.


jueves, 6 de agosto de 2009

La noche de los idiotas (ültimo episodio)

Bien, seguimos. La cosa había quedado en que yo iba para casa, eran la tantas y no andaba ni Blas (Siempre me he preguntado quién será ese tal Blas que sale tanto, que hasta llama la atención que no ande por ahi. Eso de "No andaba ni Blas" Chico, igual Blas está malo o tiene cosas que hacer y no le ha apetecido salir)
Bueno, el caso es que llegando ya a mi calle, había un grupo de chavalillos jovencillos e hijoputillas que iban tocando todos los timbres de los portales que se cruzaban a su paso. Así visto en frio tampoco parece que la cosa fuera tremenda pero, teniendo en cuenta que en esta zona de la ciudad la mayoría de los vecinos son personas ancianas y que la gracieta la he sufrido yo mismo, pues la travesura de los diablillos me toca, más si cabe, los huevos. A mi que me suene el timbre de casa a la mil, la verdad es que me la trae al fresco, pero imaginar a una señora mayor, que en muchos casos viven solas, que a las tantas de la noche le sobresalten con un, muchas veces, insistente timbrazo la verdad es que no logro encontrarle la gracia por ningún lado.
Entiendo que el fin de todo esto es ese deporte tan de moda de putear a los demás por putear.
Recuerdo ahora que estando en un bar de copas abarrotado, esperaba a que me atendiera el camarero y este esperaba a su vez que el anterior cliente le abonase la consumición. El tipo estaba con una sonrisa pícara, digamos, aunque tendía más a sonrisa de imbécil. Estaba digo, haciendo esperar al camarero intencionadamente hasta que este le dijo: "A mi me importa un bledo que tardes en pagar, Yo tengo que estar aqui de todas formas hasta las cuatro. A quien estás puteando es a este otro que está esperando que le atienda". Bien, pues este es un ejemplo de ese putear por putear. O lo mismo, cuando vamos en coche y vemos tantisima gente que aparca su flamante estupidez ocupando dos plazas de aparcamiento argumentando esa nueva consigna de nuestra frustada sociedad de: "El que venga detrás que se joda".
Vale, todo eso lo entiendo, no lo comparto lógicamente, quiero decir que tiene su explicación. Parafraseando a Serrat, ya no vamos trasmitiendo nuestras frustraciónes a nuestros pequeños bajitos sino sobre los demás. El trabajo es una mierda, la pareja ya no nos pone como antes y los niños nos vuelven locos y alguien lo a de pagar: la cajera del super, el del bar o quien sea, pero alguien.
Pero volviendo a los memos de los timbres. La gracia, si se le puede llamar así, de putear a alguien es el recibir una reacción: Yo te puteo y tú te cabreas, fijate que malo soy y como me he desahogado o algo así; pero el caso es que con esto de los timbres ni una función terapeutica le veo. Lo mismo llamas a una casa vacia y no molestas a nadie o llamas a casa de una abuelita a la que le cuesta dios y ayuda levantarse y llegar hasta el telefonillo y la putada es mayor y no veas entonces que risas. Pero el caso es que no lo sabes.
Y así estaba yo pensando y cabreandome cada vez mas hasta que llegué a la altura de los niñatos. Normalmente uno en estos casos les preguntaría por qué lo hacen; pero siempre te contestan el básico: porque me sale de los cojones. A mi me suele gustar entretenerme un rato. Lo hice ya una vez con un chaval que se estaba dejando el alma intentando arrancar la "O" del letrero de una óptica. Me paré un rato a observarle y cuando me miro le dije: "Qué, ¿te cae mal el dueño o te han timado con las gafas o algo?. Generalmente así se dan cuenta de lo ridículo de su acto y suelen desistir. Con los del timbre simplemente les pregunté: "Y eso... ¿para qué?" y la respuesta fue unánime: "Na, por putear". "Vaya idiotas pues" contesté.

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